viernes, 14 de julio de 2017
¡Cuidado con los machos de izquierda pro feministas! Por: Lauristely Peña Solano
Con esto no pretendo significar que los hombres feministas no existen, por el contrario, creo que la sensibilidad por la justicia y la igualdad de derechos es algo que cada día compartimos las feministas con más y más hombres. Albergo la esperanza de que la sensibilidad masculina continúe acercándose a nuestras laderas.
Sin embargo, no debemos dar la espalda a nuestra realidad, como diría Sarah Sefchovich “Las mujeres están de moda”, las temáticas de género resultan rentables hoy día con toda la coyuntura política que en su intento de manipulación disfraza su desinterés e incapacidad con “transversalización del género” abriendo un huequito de cada una de las dependencias del Estado a las mujeres, además en nuestro país tenemos la anti-panacea que representa la cooperación, con lo que a los cientos de cooperantes que vienen les conviene profesar un discurso pro feminista para así conquistar los puestos vinculados a trabajar proyectos con componentes de género.
A este último fenómeno me referiré. Este texto es un intento de compartir una experiencia traumática con la intención de prevenir a otras y dar cuenta de los niveles profundísimos de vulnerabilidad al que somos sometidas las mujeres, incluso cuando no lo imaginamos, por el simple hecho de existir como mujeres, además pretendo un necesario desahogo.
Entre marzo y junio del año pasado estuve recibiendo llamadas groseras y amenazantes por parte de una mujer que demandaba dejara de “coquetear con su marido”, las llamadas iban desde las obscenidades más fuertes hasta la amenaza de rajarme la cara o desfigurarme con ácido del diablo. Al principio, aunque me molestaba, no le di importancia, pues a mí número de vez en cuando marcan por error y me imaginaba que no existía posibilidad de que el problema fuese conmigo ya que los seis meses anteriores a esos los pasé alejada de la vida social, trabajando en casa en la investigación y escritura de un libro por encargo (otro trauma en mi vida) con escasas interacciones con “hombres”, entonces me limitaba a decirle a la mujer que estaba equivocada de número, a veces le preguntaba quién era su marido, solo para disipar mi curiosidad, pero nunca me lo dijo. No niego que me ponía un poco nerviosa, a veces me enfurecía, a veces me daba pena, pero siempre me consolaba la idea de que no era conmigo, hasta el día en que molesta le dije: “Sra. por favor deje de llamarme, porque estoy más que segura que usted está equivocada de persona” y la mujer al teléfono me contestó: “¿Tú no eres Lauristely Peña Solano?”, casi desfallecí porque resulta que la cosa sí era conmigo, sin lugar a dudas porque solo yo tengo ese nombre que pocas personas logran pronunciar adecuadamente y sin trabas, esa mujer dijo mi nombre con un una fluidez desconcertante.
Comencé a ponerme paranoica e imaginar que en cualquier momento y de cualquier lado podría salir una mujer que me rajaría la cara o echaría ácido del diablo, así sin más, porque esa mujer me conoce y sabe de mí, solo que ella para mí representó una amenaza fantasmagórica e impredecible. Llamé a mi compañía de teléfonos, a INDOTEL y al DICANT para reportar mi amenaza, pero hacer algo implicaba un largo proceso y la necesidad de que esa persona volviese a llamar para en ese momento captar la llamada y no sé qué otras cosas más. Las llamadas cesaron, pese a eso mi nerviosismo y miedo no, porque por más que pensara no veía posibilidad de que una mujer pudiese sentirse celosa de mi relación con algún hombre, pues en ese momento no tenía relaciones humanas cercanas con nadie fuera de mi pareja y la familia que investigaba para escribir el libro. En fin, que el tiempo pasó, mi miedo se fue disolviendo con la cotidianidad y el olvido oportuno de la incertidumbre, aunque no se olvida del todo pues de vez en vez esa sensación volvía a mí y me incomodaba.
Por esos meses había entrado a trabajar a una ONG de Cooperación, jamás se me ocurrió relacionar mi espacio de trabajo con lo acontecido pues apenas tenía un mes trabajando allí cuando comenzaron las llamadas y vaya sorpresa me llevo cuando me entero de toda la historia tras estas llamadas.
Resulta que un compañero de trabajo, quien sostenía una de esas relaciones que desembocan en cosas como celos, acoso y violencia, de algún modo le hizo entender a su pareja que yo estaba interesada en él (o por lo menos no hizo nada para que su pareja no se imaginara lo contrario ni me acosara con sus llamadas) y esta chica, llevada por los celos y la tradicional rivalización entre mujeres propiciada por el patriarcado, fue la persona quien durante meses me acosó y amenazó.
¿Cómo me entero de esto? Pues el susodicho, para ese momento excompañero de trabajo, autoproclamado de izquierda, quien discursa sensibilidad de género y trabaja como cooperante en proyectos con componentes de géneros en instituciones que además tienen el trabajo con mujeres como una línea fundamental, esta persona cuenta entre amistades la plácida (para él) historia de cómo cuando trabajamos en la misma institución su mujer me llamaba celosa (ojo que él trabajaba en Vallejuelo, yo en Santo Domingo y en los pocos meses que trabajamos en la misma institución apenas lo veía una vez al mes en reuniones de proyectos y nos comunicábamos lo estrictamente necesario vía correo institucional, sin oportunidad de que en alguna interacción yo pudiese mostrar interés en su persona). Cuando me entero, comienzo a indagar y resulta que no era la primera vez que contaba plácida y felizmente esta historia, ya la había compartido con otras personas colegas de trabajo en sus ambientes privados, argumentando que yo sabía que estas llamadas las hacía su pareja.
Me llené de rabia e indignación rememorando esos meses angustiosos en donde no sabía quién me amenazaba ni por qué, me sentí tan vulnerada, tan usada, tan indignada… contacté con la organización en la que trabajaba y solicité un encuentro con él, de todo corazón mi intención era que este encuentro resultara en un espacio reflexivo en el cual poder desahogarme y mostrarle cómo esta situación perjudicó mi vida, mi sentimiento de seguridad y estado emocional. Pero lo único que logré fue una tremenda decepción al constatar la nula sensibilidad de esta persona, los fingimientos discursivos y la hipocresía patriarcal.
Mi turbación comenzó cuando en reiteradas ocasiones en la conversación tuve que pedirle que no me tocara, pues es cierto que estaba molesta y turbada, no deseaba interacción física, a lo que me señaló como agresiva (por exigir mi derecho a que no vulnerara mi espacio vital y no me tocara), luego sus argumentos se basaban en no asumir responsabilidad alguna por lo sucedido ya que como su pareja a su juicio estaba loca y llamaba a mil mujeres “cómo me voy a ocupar yo de esas mil mujeres”, ¿es decir esas otras mujeres víctimas de acoso, que no guardan relación con su situación de intimidad, debíamos a su juicio, simplemente servir de paliativo?, además todas las personas testigos de su insensibilidad y sus comentarios machistas o están locas, son chismosas o tienen problemas con él y por eso lo dicen sin importarle la evidencia de que personas desconocidas puedan dar testimonio de una misma historia contada por él. Y por último el victimizarse a sí mismo, resulta que él también fue una víctima de su pareja, todas “razones” que tengo que entender. Por supuesto que pidió disculpas por los inconvenientes, pero sinceramente fueron las disculpas más superficiales de la historia, sin una pizca de autoreflexión basado en la responsabilidad de todo el mundo en este asunto menos en la suya.
Lo chistoso es que esta discusión sucedió hace meses, meses en los que he reflexionado tantas y tantas cosas, pensando en volcarlas en un texto, pero creo que para ser justa sólo contaré lo sucedido y que cada quien reflexione desde su sensibilidad. Porque por mi parte aun no lo comprendo y mientras más lo pienso más cauta vuelvo ante los discursos de los machos de izquierda y más temerosa ante mi realidad como mujer pues sin que lo sepamos no solo nos acechan los feminicidios, el acoso sexual callejero, sino que a diario y sin saberlo somos objetos aun usados desde el imaginario masculino para promover los celos de sus parejas y a la vez sentirse poderosos ante la idolatría de ciertas mujeres que los colocan en un sitial de dioses, lo triste es que esto no viene dado por las masculinidades tradicionales, sino que los lanzados en liana de las nuevas masculinidades, son quienes desde un machismo soterrado se están aprovechando de los discursos de izquierda y pro feministas para apoyar el sistema patriarcal y machista que nos mata y oprime de todas las maneras las imaginables y las inimaginables.
Lauristely Peña Solano
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