viernes, 6 de mayo de 2011

Es viejo, pero Carmen Imbert Brugal, lo dice mejor que nadie

"...cuando termina, vuelve el libro a su anaquel, el escritor a su silla, el librero a sus lamentos, el poeta a su reclamo, el actor deja el proscenio. Retornan los estudiantes a sus remotas comunidades y desde sus desvencijados pupitres, sueñan con pantallas imposibles".



Cuando el elogio procede


Por Carmen Imbert Brugal     

La tiranía permitió, en el año 1951, la celebración de la primera Feria del Libro. Acogió la idea de don Julio Postigo, mentor de la Colección Pensamiento Dominicano y propietario de la Librería Dominicana. La muestra era deleite para elites en aquella sociedad sojuzgada, con mayorías ágrafas y analfabetas.
Hubo suspensiones, inconvenientes y desencantos, empero, la actividad continuó. Mediante Decreto, el Poder Ejecutivo creó, en el 1970, la Comisión Permanente de la Feria. El espacio para la reunión de lectores, coleccionistas, libreros, era modesto. La asistencia escasa. Veintisiete años después, cambia el concepto y el alcance. Los organizadores convocan editores y escritores extranjeros. El resultado fue positivo. Representantes de ocho países y agentes de cuarenta editoras, ocuparon el recinto ferial. Se pactó el compromiso internacional invitando, cada año, a un país y honrando a un autor. La hospedería ha sido para España, Francia, Italia, México, Chile, Venezuela, Argentina, Cuba, Puerto Rico. Los autores reconocidos: Salomé Ureña, Eugenio María de Hostos, Juan Bosch, Pedro Mir, Manuel del Cabral, Pedro Henríquez Ureña, Pablo Neruda, Aída Cartagena Portalatín, Marcio Veloz Maggiolo.


Transcurrió una década y la República Dominicana, con su lamentable índice de Desarrollo Humano, insuficientes lectores, escasa inversión en Educación, ostenta, la mayor y más prestigiosa Feria del Libro de Centro América y el Caribe. Durante quince días, el público itinerante aprovecha una extraordinaria oferta. La X Feria Internacional del Libro -XFIL- invitó a Colombia y fue dedicada al poeta Franklyn Mieses Burgos. Pautó trescientas noventa y nueve conferencias, ciento veintitrés conversatorios y tertulias, mil ciento cincuenta y seis presentaciones artísticas. Estuvo el reguetón y la sinfonía, la bachata y el merengue, el gagá y el vallenato. Botero y Bidó. Ospina, Bryce Echenique, Andrés Burgos, Sánchez Baute, López Nieves. Bosch, Balaguer, Caamaño, Peña Gómez. Las Mirabal y Manolo. Tatico Henríquez y Juan Luis. La Unión Europea, Suramérica, El Caribe, las Universidades, el esoterismo, editoriales nacionales y foráneas. La conmemoración de Cien Años de Soledad. Fue lugar de encuentro para humillados y ofendidos, halagados y vilipendiados, para consumidores de gaseosas y maíz. Una fiesta. Y como siempre, cuando termina, vuelve el libro a su anaquel, el escritor a su silla, el librero a sus lamentos, el poeta a su reclamo, el actor deja el proscenio. Retornan los estudiantes a sus remotas comunidades y desde sus desvencijados pupitres, sueñan con pantallas imposibles.


El contraste es innegable, la convergencia de realidades disímiles, también. Pero, durante dos semanas, la Plaza de la Cultura se convierte en un espacio ideal. Es el mejor de los mundos posibles. Coinciden legiones de muchachos azorados, deseosos de ver, averiguar. Hojean libros que nunca comprarán, solicitan autógrafos, escriben reportes, luego de una charla, de la exhibición de una película o una obra de teatro. Entran y salen de los quioscos. Tropiezan con escritores, artistas, políticos. 

Los huéspedes, cargados de libros y asombro, no entienden la masiva asistencia, la puntualidad, las atenciones, la riqueza del intercambio. Es el paraíso. La Feria admite predicadores del evangelio, seguidores de la revolución bolivariana, librerías, autores prolíficos desconocidos, artesanos, músicos, poetas, cantantes, bailarines, fotógrafos, pintores, caricaturistas. Lo sublime y lo ridículo. Lo posible y lo probable. La necedad y la imprudencia, la vanidad. Video, gastronomía, idiomas, cibernética, salud, auto ayuda, conferencias magistrales, prédicas insulsas.
Aunque año tras año, aguarden en una esquina los folios de la realidad, la FIL permite, a millones de dominicanos, disfrutar un espacio de expresión libre y diversa del pensamiento. Algunos elucubran, quieren saber cuál es el misterio. Dilucidar el motivo de la permanencia y persistencia. Averiguar qué extraño artificio permite bregar con pertinaces disidentes, petulantes legendarios, soberbias huecas. Quieren encontrar las razones del entusiasmo.

País de desmesura el nuestro. La distorsión pretende explicar victorias y fracasos. Pródigos con el insulto y el halago, la crítica es implacable, el piropo, hipérbole. El encomio adecuado se regatea. Sin embargo, calificar la XFIL, es fácil. El albur no interviene en el éxito. Los responsables de su realización acatan las reglas de la organización, del trabajo colectivo, coordinado. No improvisan. Retan con la eficiencia. En la Secretaría de Estado de Cultura y en la Dirección General de la Feria acordaron eliminar la reyerta inútil, las contiendas coyunturales, la respuesta a la provocación episódica. Laboran. ¿Cuándo comienza el trabajo para la próxima Feria? Preguntó una entrevistadora al discreto director de la Feria del Libro. Alejandro Arvelo, filósofo, alejado del fausto y la banalidad, respondió: El día después de la clausura. Ese es el secreto. Sencillo y eficaz. No hay misterio. Se impone el elogio.



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