Ofelia Berrido: la primera mujer dominicana en presentar noticias por televisión. De la imagen: De Maurez.ez - Trabajo propio, CC0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=148753756 |
La interminable búsqueda de la vida, persiguiendo el éxito, el dinero, el amor, la sabiduría… Eterna lucha que te mantiene en vilo. Sientes en tu pecho un latir rápido, al galope late, al despertar de cada día; truena, delira y se desboca para llegar y enfrentarte a lo desconocido: al tiempo sin tiempo. Te declaran que irás al cielo o al infierno. Debes elegir un camino; una meta; un propósito que te mueva y dé sentido a tu accionar. Una y otra vez se repiten los sucesos de una vida contrariada en la que nada importa porque todo es transitorio e ilusorio.
Y tú, no conoces el significado de tu vida como no lo conoce la mayoría de la gente que puebla este mundo. Y es mejor no pensar, no cuestionar, no indagar, no reflexionar sobre estos asuntos porque en la aceptación del puro desconocimiento está la sabiduría. No hablo de goce ni de plenitud sino del estado de indiferencia necesario para aceptar sin cuestionar el aliento de vida: la inspiración y expiración universal. Todo esto te lleva, sin que lo puedas evitar, a un estado de inadecuación. Y no se trata de que no seas suficientemente fuerte, capaz o competente. El mundo físico ordinario no te ofrece respuestas ni te revela los caminos hacia la comprensión última. Total, bien sabes que las constantes preguntas y juicios, el constante rumiar en los recovecos de tu mente solo te abruman, agotan y enloquecen.
A veces piensas en lo que hoy se llama “ser un triunfador” … No te sientes uno de ellos porque te conformas con lo simple y pequeño; en ello yace la complejidad de la existencia. Alguna vez fuiste pobre, asunto olvidado en tu pasado; ahora, tienes para comer, pagar la renta y tener una casa decente donde vivir. Los llamados triunfadores necesitan más… Sus metas con el paso del tiempo se convierten en deseos de bienestar extremo que no terminan de llenar el barril sin fondo en que se convierten sus vidas rebosadas de pasiones y deseos.
Luego, con facilidad, te dejas envolver en la maraña… Y lo que consideran triunfo llega, y el dinero sobra, pero siempre aspiras a más porque jamás olvidas el dolor de la carencia total. Ahora el amontonar el dinero te da seguridad. Una seguridad que sabes que solo sirve en este plano porque sabes que llegaste desnudo a este mundo y bien sabes que el día que llegue la muerte todo se quedará atrás, el dinero, las casas, los carros las decenas de vajillas de Limoges que nunca significaron nada para ti, pero que creíste que a otros los importantizaba al sentarse en tu mesa. Carente de oraciones, poco a poco, muy poco a poco, te diste cuenta que el triunfo no radica en lo que tienes o en lo que los otros piensan que tienes o eres. Justo en ese instante te diste cuenta que no eras lo que creías ser, ni lo que otros pensaban que eras y que no ha habido manera de, verdaderamente, conocerte a ti mismo porque no sabes de dónde vienes y mucho menos adónde vas cuando la luz del pequeño espectáculo de tu vida se apague; y porque siempre has buscado fuera de ti. Una introspección sincera, se te dificulta. Tu ser interior está demasiado oculto y cerrado.
En cuanto al amor, pensaste que el amor era todo, y que se podía conseguir la plenitud a través del amor humano ganado o comprado, pero más temprano que tarde te diste cuenta que los que decían amarte solo cantaban en un tono de escala menor. Sonido melancólico de palabras vanas. Quizás pensaban que lo que ofrecían era amor, que sus abrazos y besos lo eran, pero nunca fueron suficientes. La falsedad de sus intenciones opacaba el resplandor de sus ojos, la luminosidad de sus gestos y acciones. El amor como pretensión, simulacro en el tiempo del vacío absoluto, la representación de promesas vanas perdidas en la memoria del tiempo.
Y te sientes pobre, tienes todo lo material, pero te sientes pobre, muy pobre, atrapado entre las redes de una vida que no pediste ni te importa. Y no hay inspiración positiva ni negativa que te mueva; sencillamente, te mantienes estático como los conos de los pinos que el rio se lleva sin manifestar impedimentos en su fluir hacia el mar. Y quisieras tener el deseo de rezar, de orar, de gritar a los cuatro vientos que ya basta; que esta vida te abruma, te cansa, te desespera, pero no lo suficiente para provocar tu propia muerte ni para desearla. Solo te sientes como la hoja que el invierno bate suavemente por los aires sin su participación, sin su voluntad. Una hoja que olvidó la rama del frondoso árbol centenario al que pertenecía. El árbol y el bosque han quedado en el olvido.
Sé que deseas que el dolor desaparezca, pero veo que solo tu cabeza da vueltas en las profundidades de su inmovilidad y que ese dolor, aunque fuerte, siempre lo has ignorado. Pero tu sufrimiento, es otra cosa… Es una angustia, un malestar diferente al que otros sienten, no hay inquietud porque ya te has acostumbrado a él y ni siquiera sientes temor: solo el tedio de la vida que amenaza con prolongarse infinitamente, solo el peligro de una existencia sin fin. Pero ni siquiera eso te desespera. Solo tu corazón protesta con ese galopar sin rumbo, mientras lo ignoras.
El tedio te acosa, sé que no sientes inquietud, sin embargo, a veces veo que pareces ahogarte en las profundidades del oscuro fondo marino que visitas cada noche. Yo también he estado ahí. Te veo sentado en la costa y veo la luz revestir tus mejillas con sus rayos escarlatas. Penetras más y más y te sumerges hacia donde la luz poco a poco desaparece: 200 metros hacia abajo y te conviertes en pez; 6,000 metros y te adentras a la zona glacial y oscura y de presión asfixiante, pero como dragón del mar, pez de grandes profundidades nada te afecta. Y abordas a los 11,000 metros y sigues bajando y desapareces en la zona hadal y te conviertes en luz. Aislado en la vastedad de las profundidades, abrigado por el silencio del océano profundo, tu soledad se convierte en un elemento dominante.
Duermes… Quiero desearte un sueño que te inspire, una visión que guíe tus pasos, que te saque del marasmo, y de ese tedio inmovilizador en que te encuentras. Ahora, por fin… Buscas desmantelar tus credenciales; despojarte, despersonalizar tu individualidad; rendirte para volverte neutro. No te hablo sobre la dualidad entre luchar y rendirse de la vida del día a día. Eso, eso es otra cosa. Aquí en el mundo de las interioridades, solo queda rendirse. Ríndete para que puedes distinguir lo real de lo que es ilusorio. Ríndete, ríndete… Y empieza a vivir. Suelta el control y las expectativas sobre las circunstancias de la vida, sobre todo lo ilusorio. Acepta lo que es, sin resistirte, fluye. Deja de lado el ego, libérate de las ataduras del yo y ábrete a una mayor conexión con el universo; ábrete a nuevas posibilidades. Ríndete, libérate del sufrimiento. Acepta la vida tal como es… Porque lo que es, es….
OFELIA BERRIDO