lunes, 28 de octubre de 2024

Rendición: la libertad de dejar ir por Ofelia Berrido

Ofelia Berrido: la primera mujer dominicana en presentar noticias por televisión.

De la imagen: De Maurez.ez - Trabajo propio, CC0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=148753756

 La interminable búsqueda de la vida, persiguiendo el éxito, el dinero, el amor, la sabiduría… Eterna lucha que te mantiene en vilo. Sientes en tu pecho un latir rápido, al galope late, al despertar de cada día; truena, delira y se desboca para llegar y enfrentarte a lo desconocido: al tiempo sin tiempo. Te declaran que irás al cielo o al infierno. Debes elegir un camino; una meta; un propósito que te mueva y dé sentido a tu accionar. Una y otra vez se repiten los sucesos de una vida contrariada en la que nada importa porque todo es transitorio e ilusorio.

Y tú, no conoces el significado de tu vida como no lo conoce la mayoría de la gente que puebla este mundo. Y es mejor no pensar, no cuestionar, no indagar, no reflexionar sobre estos asuntos porque en la aceptación del puro desconocimiento está la sabiduría. No hablo de goce ni de plenitud sino del estado de indiferencia necesario para aceptar sin cuestionar el aliento de vida: la inspiración y expiración universal. Todo esto te lleva, sin que lo puedas evitar, a un estado de inadecuación. Y no se trata de que no seas suficientemente fuerte, capaz o competente. El mundo físico ordinario no te ofrece respuestas ni te revela los caminos hacia la comprensión última. Total, bien sabes que las constantes preguntas y juicios, el constante rumiar en los recovecos de tu mente solo te abruman, agotan y enloquecen.

A veces piensas en lo que hoy se llama “ser un triunfador” … No te sientes uno de ellos porque te conformas con lo simple y pequeño; en ello yace la complejidad de la existencia. Alguna vez fuiste pobre, asunto olvidado en tu pasado; ahora, tienes para comer, pagar la renta y tener una casa decente donde vivir. Los llamados triunfadores necesitan más… Sus metas con el paso del tiempo se convierten en deseos de bienestar extremo que no terminan de llenar el barril sin fondo en que se convierten sus vidas rebosadas de pasiones y deseos.

Luego, con facilidad, te dejas envolver en la maraña… Y lo que consideran triunfo llega, y el dinero sobra, pero siempre aspiras a más porque jamás olvidas el dolor de la carencia total. Ahora el amontonar el dinero te da seguridad. Una seguridad que sabes que solo sirve en este plano porque sabes que llegaste desnudo a este mundo y bien sabes que el día que llegue la muerte todo se quedará atrás, el dinero, las casas, los carros las decenas de vajillas de Limoges que nunca significaron nada para ti, pero que creíste que a otros los importantizaba al sentarse en tu mesa. Carente de oraciones, poco a poco, muy poco a poco, te diste cuenta que el triunfo no radica en lo que tienes o en lo que los otros piensan que tienes o eres. Justo en ese instante te diste cuenta que no eras lo que creías ser, ni lo que otros pensaban que eras y que no ha habido manera de, verdaderamente, conocerte a ti mismo porque no sabes de dónde vienes y mucho menos adónde vas cuando la luz del pequeño espectáculo de tu vida se apague; y porque siempre has buscado fuera de ti. Una introspección sincera, se te dificulta. Tu ser interior está demasiado oculto y cerrado.

En cuanto al amor, pensaste que el amor era todo, y que se podía conseguir la plenitud a través del amor humano ganado o comprado, pero más temprano que tarde te diste cuenta que los que decían amarte solo cantaban en un tono de escala menor. Sonido melancólico de palabras vanas. Quizás pensaban que lo que ofrecían era amor, que sus abrazos y besos lo eran, pero nunca fueron suficientes. La falsedad de sus intenciones opacaba el resplandor de sus ojos, la luminosidad de sus gestos y acciones. El amor como pretensión, simulacro en el tiempo del vacío absoluto, la representación de promesas vanas perdidas en la memoria del tiempo.

Y te sientes pobre, tienes todo lo material, pero te sientes pobre, muy pobre, atrapado entre las redes de una vida que no pediste ni te importa. Y no hay inspiración positiva ni negativa que te mueva; sencillamente, te mantienes estático como los conos de los pinos que el rio se lleva sin manifestar impedimentos en su fluir hacia el mar. Y quisieras tener el deseo de rezar, de orar, de gritar a los cuatro vientos que ya basta; que esta vida te abruma, te cansa, te desespera, pero no lo suficiente para provocar tu propia muerte ni para desearla. Solo te sientes como la hoja que el invierno bate suavemente por los aires sin su participación, sin su voluntad. Una hoja que olvidó la rama del frondoso árbol centenario al que pertenecía. El árbol y el bosque han quedado en el olvido.

Sé que deseas que el dolor desaparezca, pero veo que solo tu cabeza da vueltas en las profundidades de su inmovilidad y que ese dolor, aunque fuerte, siempre lo has ignorado. Pero tu sufrimiento, es otra cosa… Es una angustia, un malestar diferente al que otros sienten, no hay inquietud porque ya te has acostumbrado a él y ni siquiera sientes temor: solo el tedio de la vida que amenaza con prolongarse infinitamente, solo el peligro de una existencia sin fin. Pero ni siquiera eso te desespera. Solo tu corazón protesta con ese galopar sin rumbo, mientras lo ignoras.

El tedio te acosa, sé que no sientes inquietud, sin embargo, a veces veo que pareces ahogarte en las profundidades del oscuro fondo marino que visitas cada noche. Yo también he estado ahí. Te veo sentado en la costa y veo la luz revestir tus mejillas con sus rayos escarlatas. Penetras más y más y te sumerges hacia donde la luz poco a poco desaparece: 200 metros hacia abajo y te conviertes en pez; 6,000 metros y te adentras a la zona glacial y oscura y de presión asfixiante, pero como dragón del mar, pez de grandes profundidades nada te afecta. Y abordas a los 11,000 metros y sigues bajando y desapareces en la zona hadal y te conviertes en luz. Aislado en la vastedad de las profundidades, abrigado por el silencio del océano profundo, tu soledad se convierte en un elemento dominante.

Duermes… Quiero desearte un sueño que te inspire, una visión que guíe tus pasos, que te saque del marasmo, y de ese tedio inmovilizador en que te encuentras. Ahora, por fin… Buscas desmantelar tus credenciales; despojarte, despersonalizar tu individualidad; rendirte para volverte neutro. No te hablo sobre la dualidad entre luchar y rendirse de la vida del día a día. Eso, eso es otra cosa. Aquí en el mundo de las interioridades, solo queda rendirse. Ríndete para que puedes distinguir lo real de lo que es ilusorio. Ríndete, ríndete… Y empieza a vivir. Suelta el control y las expectativas sobre las circunstancias de la vida, sobre todo lo ilusorio. Acepta lo que es, sin resistirte, fluye. Deja de lado el ego, libérate de las ataduras del yo y ábrete a una mayor conexión con el universo; ábrete a nuevas posibilidades. Ríndete, libérate del sufrimiento. Acepta la vida tal como es… Porque lo que es, es….


OFELIA BERRIDO


viernes, 20 de septiembre de 2024

ILONKA NACIDIT PERDOMO: «El otro que soy no es, ¿o acaso es el que jamás he sido? // Pero es otro el que soy siendo conmigo el que vuelve a encontrarse habiéndome encontrado.» Víctor Villegas (Ahora no es ahora [1] )

 


SANTO DOMINGO, República Dominicana. -La obra poética de Víctor Villegas (San Pedro de Macorís, 1924-Santo Domingo, 2011) es un descubrimiento, pero también un rompecabezas. Se desprende de la realidad, pero también de la observación; es experimental, relacionada a lo onírico y a la otredad. Narra lo evidente y lo no evidente; es percepción, muere y despierta; se hace recuerdo en el futuro, y crea un espacio para lo mítico; es como el mar: tensión, desprendimiento, espejo de la conciencia, la edad del mundo, transmutación de las esencias, sentidos, intenso ir y venir por la palabra. 

A veces, parece ser vida o inmortalidad perpetua;  un más allá inesperado,  la llegada del viento, del aire en lo sucesivo del instante, lo que acaso es similar en el tiempo, pero confunde; la experiencia misma en el destino; juegos de las esferas de la existencia, sentir desde lo sensitivo; razonar desde lo que se nombra; la apariencia atribuida como verdad; él mismo, interrogando al vacío, lo que abruma a la superficie, lo que transgrede y salva a la vida; angustia y, necesariamente la posibilidad del extremo vacío, en fin, lo que somos: canales sensoriales. 

No en vano Villegas nos dice, sobre la vida, que: «Hay tiempo aún para encontrar la vida. Entre el puño y el hacha está escondida, en la distante travesía del grano. Son suyas nuestras formulaciones inéditas. En su quehacer jamás nos limitamos.» [2] 



Creo que, su poemario Ahora no es ahora (1997) es su obra mayor; la más  mística y ascética a la vez; su legado sobre cómo lo emocional se desnuda al saber, denuncia al hecho inexistente, pero que activa la vuelta al misterio del origen; el origen que él ve en la noche  «donde son pájaros las mudas escaleras del espíritu» [3]. O la vuelta al anhelo de lo posible y la búsqueda de la angustia de no poder salirse de la trunca existencia sin quedar en la confusión del ayer cuando la luz queda afuera sin dejarse penetrar por el futuro, cuando el alma -el «templo más puro que el anillo»- [4] se escapa del cuerpo para ser una rueda. 

La estructura de este poemario, donde cada poema empieza con la primera línea del verso que abre el texto, es un riesgo de búsqueda del autor, un riesgo de explicación  sobre lo que evoca: «el ahora que nos es ahora», y que nombra de la manera siguiente: «Ahora no es ahora sino mañana para llegar más rápido y así alcanzar desde el techo del cráneo los pájaros del tiempo» [5]; lo que el poeta transmuta en imaginarios mundos interiores, contactos con el instante al advertir que, el estar aquí es simultáneamente estar allá; que el principio  es el contacto que se establece con la pupila de Dios, con el yo como autoconocimiento. 

El poeta Villegas oprime cada memoria del sueño ante la cual reacciona; esa misma memoria que nombra al decir «… el último mar, sin dentadura, se aferra a nuestros cuerpos terrestres. Y hay que empezar de nuevo» [6], creando con ella dos umbrales: el umbral literal y el umbral metafórico; su cosmovisión entre el yo y el otro, como si fueran ánimas que se dispensan fluctuar entre el desdoblamiento de sus identidades. 

Ese mundo interno, que acepta, y al cual se resigna el poeta, donde niega la existencia del tiempo absoluto o rectilíneo; ese mundo creado a través del lenguaje, regido por lo que comenta es, su invención de la catarsis, el cuestionamiento al viaje de la sombra, que somos, en un cuerpo que es la evidencia del enigma del ser, y del porqué el ser lo habita. Por esto, nos dice que: «Todo viene de lejos y no hay nada/ todo me viene encima como si no existiera/ sin proponérselo algo cae…» [7], al ser transeúnte «en su propio cuerpo». [8] 

Solo hay una voz en todo el tejido textual de Ahora no es ahora; una voz que se entrecruza con fuentes diversas para sus sentidos; una voz no dialogal, pero que interactúa con el ser, que le quita al mundo sus leyes, que rompe las máscaras creadas para subordinarnos al AHORA. Cuando lo leo, al poemario, me siento en una encrucijada. No sé si advertir que Villegas vinculó el existir a lo divino; si su intuición, sus pensamientos, sus ideas conversaron entre sí en un aposento en el cual se convocó a una rutina para doblar la flecha que el arco dispara al cielo para hacer que el infinito dejara de estar en reposo. Es así como define, rememora que el «Aro y materia se conforman mas no son sino las víctimas del tiempo que no existe en un pensar cansado y aburrido.» [9] 

Es entonces cuando comprendo que, el arco estuvo pendiente a la flecha; la memoria, paciente y callada; y el ángel-visitador en insomnio; ya que «algo» tenía que suceder; «algo» que aquejara a la humanidad: la muerte. 

Ahora no es ahora es el desbordamiento del «dejarse ir», pero también «dejarse dormir» para el retorno. ¿Retornamos? ¿Cómo se desobedecen las normas del silencio eterno? ¿Retornamos, aún padezcamos la inmovilidad absoluta, luego de obedecer, y de saber que la ausencia se ve reducida a un llorar? ¿Retornamos, evocando al agua, al aire, a la materia de la vivencia, luego del reposo de la voz? ¿Retornamos, sabemos que solos, desde el vientre de una mujer-ángel que da su ser en el ahora de la luz, porque entendemos que «tengo que nacer»; hacer que la maternidad nos traiga al mundo que dejamos?  

Ahora no es ahora es el recuerdo de ese discurrir entre el sueño, el revivir, la espera que se sabe espera, lo propio del destino, la irónica circularidad de lo que termina y renace de sí mismo, que recupera las riendas de su viaje cósmico. 

Se nace para eso: para el ahora, para hacer de la existencia un acto auto afirmativo y auto definitorio de que somos transgresores del tiempo, no del destino, que no se trastoca ni se rompe, puesto que, aunque nos resistamos, estamos sujetos a él; aun cuando el poeta afirme que «No somos sino soplo/ extraviadas edades/ espejos que se cruzan/vagan/ materia sin materia/ aquel siempre después/ que es pensarse ya antes/ espejos que se han ido tras el ojo/ en que sólo/ ellos mismos se miren.»  [10] 

Víctor Villegas, nacido a orillas del mar, en puerto seguro del Sureste, tuvo su propio arcano de palabras. Hechizó a las palabras, le dio «algo más» que significados; las celebró como si fueran aureolas en la tarde; las hizo resplandores de su interior; las cobijó para designar a la realidad circundante y, las hizo estallar en su poética; es como si convirtiera a las rocas en rosas, para plantearle enigmas, y entrelazara las historias de la Luna con «el jamás». Nos dio, Víctor, hilos, laberintos, fatum, advertencias, evidencias telúricas de que el olvido no es el eje de la permanencia del espíritu; que lo inquietante es no saber afirmar sino la dualidad, contraponer, oponer lo primigenio al pretexto de la inquietud y, que de la nada «se forman las formas con cautela.» [11] 

Tal vez, quizá, posiblemente, Ahora no es ahora, nos recuerda que la única deidad sonora a nuestros oídos es oírte, puesto que oírte  «es no escuchar el silencio de la muerte» [12], es lo que se teje desde el abismo del nacer-morir, porque el alma es el «templo más puro que el anillo.» [13] 

Si tuviera que ocuparme de un texto de Villegas, al cual tendría que leer y releer, escogería éste  Ahora no es ahora;  sería mi diccionario, el papiro milenario  más post-moderno, de aspecto sencillo,  que me acompañe a desentrañar lo que subyace en el inconsciente; sería el único compañero de equipaje con el cual me echaría a andar, además, del recuerdo de mi madre; lo consideraría mi brújula, la obra guía para abrir las distintas puertas de los planos que he de cruzar en mi tránsito hacia las profundidades de nuestra psique. Esa voz plasmada ahí, en palabras, sería la acuarela de los ríos que vería, los hilos de plata de la descomposición de la luz, las cabelleras de las fantasías,  la añeja penumbra debajo de los árboles,  el equilibrio que no se ahoga en el universo, respuestas al dolor-angustia, verbum, principium; tú afuera, esperándome; lo destejido antes que el fuego tuviera movimiento;  pesares de la conciencia, lo que tenemos como complejidad ante los adversarios. 

Ahora no es ahora es un alumbramiento, versos del puño y letra de Villegas; una exageradísima invención del tiempo con los ojos abiertos e irremediablemente cerrados,  de ese tiempo del cual afirma  que «no existe el tiempo sino que se sospecha y algo de  nosotros ganamos con la muerte» [14]; luego que su mirada, su visión  se suspende y,  se abandona a la soledad de lo total. 

Es por eso que, en homenaje a su obra poética editamos el Diccionario Villegas (2020), que  es lo más identificable a su mundo, al mundo de  Villegas, a su decir omnisciente, a lo que insinúa como prefiguración del presente; puesto que él abre en vilo el modo literario con el cual  infringe lo puro, no solo como testigo ocular de lo que acontece, sino como orfebre de un lenguaje que otorga a «lo descubierto», entre la realidad y lo imaginario,  el más curioso relato sobre la alucinante NADA que nos espera, ya que, al fin y al cabo,  nadie sabe qué más preguntas hacer ni cómo contestar otras para que se conmueva la indiferencia de la oscuridad ante la interrogante de «quiénes somos», puesto que «Dicen que antes la historia hacía al hombre y hoy el hombre trata de remendar la historia.» [15] 

Ha sido mi amor-amistad por Víctor Villegas, la razón misma para llevar a cabo la edición de este diccionario; ha sido el estremecimiento en mis sentidos que produce su obra poética lo que me impulsó a leer y releer los libros seleccionados para coleccionar sus metáforas, las que más me seducen e inquietan y, es, el agradecimiento enorme y pleno como discípula a la grandeza y nobleza de su alma, que me ha hecho concluir esta tarea como homenaje a él, a don Víctor.

 

CITAS 

[1] Ahora no es ahora (Santo Domingo: Editora Universitaria, 1997): 62,88. Colección Literatura y Sociedad No. 16. Portada de Pierre. 

[2] Ibídem, 84 

[3] Ibídem, 67 

[4] Ibídem, 86 

[5] Ibídem, 49 

[6] Ibídem, 42 

[7] Ibídem, 53 

[8] Ibídem, 64 

[9] Ibídem, 56 

[10] Ibídem, 72-73 

[11] Ibídem, 59 

[12] Ibídem, 92 

[13] Ibídem, 86 

[14] Ibídem, 56 

[15] Ibídem, 41

Diccionario Villegas: Homenaje a la obra poética de Víctor Villegas por ILONKA NACIDIT PERDOMO



La escritora Ylonka Nacidit-Perdomo realizó para los lectores de Acento.com.do el diccionario poético de Víctor Villegas, laureado escritor dominicano integrante de la Generación del 48, que circuló el miércoles 21 de octubre de 2020, en ocasión del 40º aniversario de su poemario Charlote  Amalie o la edad de la provincia (1980), 20º  del Premio Nacional de Literatura (2000) y del 9no. de su fallecimiento.  (Y QUE NOSOTROS REPRODUCIMOS AHORA EN SU CENTENARIO: AÑO 2024).

Víctor Villegas (San Pedro de Macorís, 1924-Santo Domingo, 2011) tenía dos fechas de nacimiento, razón por la cual realizaba fiestas de cumpleaños: el 22 de septiembre, el día en que nació, como si fuera «una población y solo al mediodía entiende al mar como un lejano abecedario» como él mismo expresó, y la oficial contenida en su acta de nacimiento, el 22 de octubre, por lo cual su onomástico es cómo fue su vida misma, como una vida abierta, tal como él lo dijo:  «...abierta como para recoger lluvia en las miradas como para regalar barro a las hormigas que edifican su pequeñez de estrellas; abierta como la mañana leída en las inocentes páginas del libro de las mariposas primeras. » 

Villegas obtuvo el Premio Nacional de Literatura en el 2000, y confesaba –todo el tiempo, entre sus íntimos y los círculos intelectuales- con un fino, exquisito y estupendo humor que transmitía magnetismo y carisma, que era «el más joven de todos los poetas dominicanos», ya que interactúo con seis generaciones de escritores (Independientes del 40, Poesía Sorprendida, Generación del 48, Poesía de Postguerra, Joven Poesía y Generación del 80; siendo esta última a la cual más impulsó, protegió, auspició y dio respaldo constantemente.  

Justo dio a conocer su primer poemario Diálogos con Simeón (Santo Domingo: Editora Taller, 1977) en la Colección El Silbo Vulnerado No. 5, con un prólogo titulado «El poeta y su tiempo» escrito por su compañero generacional Abelardo Vicioso (1930-2004). Cerrando su ciclo creativo poético con Sueño y realidad (Santo Domingo: Editora Corripio, 2006). 

El Diccionario Villegas es contentivo de una selección de 582 metáforas e imágenes de la obra creativa de don Víctor. El autor publicó en vida una docena de poemarios, siendo al decir de Ylonka Nacidit-Perdomo su obra mayor Ahora no es ahora (Santo Domingo: Editora Universitaria, 1997); la cual define como la más «mística y ascética, a la vez. Es su legado sobre cómo lo emocional se desnuda al «saber», denuncia al hecho inexistente, pero activa la vuelta al misterio del origen; el origen que él ve en la noche «donde son pájaros las mudas escaleras del espíritu». O la vuelta al anhelo de lo posible y la búsqueda de la angustia de no poder salirse de la trunca existencia sin quedar en la confusión del ayer cuando la luz queda afuera sin dejarse penetrar por el futuro, cuando el alma (el «templo más puro que el anillo» se escapa del cuerpo para ser una rueda.»  

Ahora no es ahora es un libro con una edición de imprenta sencillísima, que ha pasado desapercibido, y contiene un breve perfil biográfico sobre el autor.   

Nacidit-Perdomo, expresa, además, sobre el conjunto de la obra poética de Víctor Villegas que, la misma «es un descubrimiento, pero también un rompecabezas. Se desprende de la realidad, pero también de la observación; es experimental, relacionada a lo onírico y a la otredad. Narra lo evidente y lo no evidente; es percepción, muere y despierta, se hace recuerdo en el futuro, y crea un espacio para lo mítico; es como el mar: tensión, desprendimiento, espejo de la conciencia, la edad del mundo, transmutación de las esencias, sentidos, intenso ir y venir por la palabra. 

»A veces parece ser vida o inmortalidad perpetua;  un más allá inesperado, la llegada del viento, del aire en lo sucesivo del instante, lo que acaso es similar en el tiempo, pero confunde; la experiencia misma en el destino; juegos de las esferas de la existencia, sentir desde lo sensitivo; razonar desde lo que se nombra; la apariencia atribuida como verdad;  él mismo, interrogando al vacío; lo que abruma a la superficie; lo que transgrede y salva a la vida; angustia y, necesariamente la posibilidad del extremo vacío, en fin, lo que somos: canales sensoriales. 

»El Diccionario Villegas es lo más identificable a su mundo, al mundo de Víctor Villegas, a su decir omnisciente, a lo que insinúa como prefiguración del presente. Abre en vilo el modo literario con el cual él infringe lo puro, no solo como testigo ocular de lo que acontece, sino como orfebre de un lenguaje que otorga a «lo descubierto», entre la realidad y lo imaginario, el más curioso relato sobre la alucinante NADA que nos espera, ya que, al fin y al cabo, nadie sabe qué más preguntas hacer ni cómo contestar más preguntas para que se conmueva la indiferencia de la oscuridad, ante la interrogante de quiénes somos».

domingo, 5 de febrero de 2023

Rosa Tavárez ha muerto ¡VIVA ROSA TAVÁREZ!


Yo mañana
encenderé el Sol
con la mirada.
Haré que la esmeralda de los bosques
invada patios desde las ventanas
mientras asomen misteriosas las palomas
a picotear el oro de la hoja que brota en la calzada.
Yo mañana tocaré la música del viento y las campanas;
subiré por la cuesta para reverenciar el cielo de la cumbre
como pasan en procesión los frailes atados de oración y penitencia
llevando en las sotanas historias, confesiones, triunfos y traiciones.
Yo mañana emprenderé el camino del más febril ocaso
y con los mansos burros, libres de toda carga,
pisaré las estrellas que duermen en los charcos
para grabar sobre metal las huellas indelebles de mi alma.
Mañana, como un perro, voy a rascar mi lomo
herido por espadas vegetales
para que los recuerdos de mis viajes adornen los paisajes,
se expandan, multipliquen y aniden otras almas.
Mañana escribiré palabras con estas manos blancas,
y haré que San José de las Matas me atraviese
porque desde el color y el no color de mis diez dedos
yo opaco la alborada tan solo con pintarla.
domingo 5 de febrero del año 2023
Leiby NG

lunes, 8 de agosto de 2022

La mujer de Honorio López (cuento de Marcio Veloz Maggiolo)

De las consecuencias trágicas de una broma del día de los inocentes, y su irónica repercusión en el autor de la misma…

Honorio López era tímido pero valiente. Las tropas del general Cabral lo vieron realizar numerosas hazañas. Negro y curtido por el sol, Honorio López se había ganado a sangre y fuego el rango de sargento mayor en las luchas contra el imperio español.

La noche del 28 de diciembre de 1863, Valentín Lezcano, también sargento de la guerra de restauración, se acercó a él y le dijo:

—Honorio, tengo que contarte algo que a lo mejor no te va a gustar mucho.

—A ver, a ver- contestó Honorio mientras chupaba un improvisado cigarro hecho con hojas de yagrumo y de naranja.

—Me han dicho que tu mujer te la está pegando.

Honorio arrojó el cigarro y arrugó el ceño.

—¿Quién te lo dijo?

—Yo mismo lo he comprobado hace unos días, cuando venía de Managüey.

Honorio se puso morado de la rabia.

—Dos años de peleas y de vainas y esa maldita mujer ni siquiera me ha sabido ser fiel. Se retiró del lugar y durante la noche, tendido en su hamaca de cabuya, no pudo conciliar el sueño. Al día siguiente, cuando Valentín Lezcano fue en busca de Honorio para decirle que lo de la noche anterior fue una broma por ser día de los Santos Inocentes, no lo encontró, sin embargo, encontró huellas frescas de cabalgadura, y pudo comprobar que Honorio López se había marchado del campamento durante las últimas horas de la madrugada.

Honorio López cabalgaba con rapidez, dejando atrás los pueblos fronterizos, pueblos que lindaban con la miseria. Tardaría dos días en llegar y dos días en volver, pero le arreglaría sus cuentas a la mujer, aquella maldita mujer que según Valentín Lezcano le era infiel y se burlaba de su valor y de su hombría.

Durante la mañana del primer día Honorio no se detuvo en sitio alguno. Iba en busca de su objetivo y nada lo entretenía. No le importaba si las tropas españolas lo reconocían o si era denunciado por algún hijo de perra. Su caballo color barro espumeaba insistentemente, pero el jinete no atendía más que a los planes terribles que elaboraba en su pensamiento.

Una gran sequía abrasaba los pastos de la sabana y los niños se morían de tabardillo y hambre.

Por momentos se oían los cañones españoles disparar contra las guerrillas montunas. El eco de las descargas se metía entre las lomas, rebotando de un lugar a otro como una bola de caucho.

Honorio cruzó cientos de sembrados misteriosos, y aceleró el paso en las tierras donde podía ser avistado por el enemigo.

Por fin, después de más de día y medio de camino, alcanzó a ver el bohío de su mujer. Honorio pensaba que en la noche vendría el maldito con quien ella le engañaba y que entonces podría matarlos a los dos.

Decidió esperar y esperó. A sólo unos cuantos metros de su vieja vivienda, Honorio observaba los movimientos de la mujer que salía al pequeño conuco, que lavaba algunos trapos sucios y que en dos ocasiones salió de la casa a realizar alguna pequeña diligencia.

Al fin llegó la noche y Honorio se acercó un poco más a la casa. Quería ver de cerca la llegada del intruso. A eso de las nueve, cuando la luz del bohío se había apagado, Honorio vio la figura de un hombre introducirse en la casucha por la parte delantera.

—¡Ahí está ese cabrón! –se dijo, e impulsado por una marejada de rabia y celos empuñó el machete y saltó sobre los yerbajos. Sus ojos estaban rojos como brasas. Empujó la puerta y, derribándola, pasó machete en mano a la habitación de la mujer que dormía. Todo fue tan violento que ella no sintió cuando el filo del arma sobre la nuca hizo rodar su cabeza por debajo del catre. Entre las sombras Honorio distinguió la silueta del hombre que se había levantado al ruido sospechoso de los pasos del marido. Honorio López le asestó el primer golpe sin saber dónde, luego siguió lanzando machetazos con una furia incontenible, hasta que la sangre le tornó calma.

Había vengado su honra. Salió de la casa con gran sigilo, y montando su caballo partió nuevamente hacia el campamento, seguro de que había cumplido con un deber casi sagrado.

—¡Fue un crimen terrible, Santo Dios!

—También murió el hermano de Anselma, el que venía a cuidarla por las noches, porque como Honorio anda alzao.

—Al hijo de yegua que hizo eso el diablo habrá de cobrarle.

—¡Mira que matar a dos infelices así!

—Sabe Dios a quién se le metió el espíritu malo entre las costillas.

—Dicen que ni cuenta se dieron Anselma y el hermano.

—El pobre Honorio por allá y viene un hijo de puta y le mata la mujer y el cuñao.

—Que a lo mejor al Honorio también lo han matao.

—Así mismo, así mismo, a lo mejor lo cogió un tiro de los blancos.

Honorio López llegó al campamento pasado el medio día. Cuando entró y ató su bestia junto a una javilla todos le miraron con desprecio.

—El general te anda buscando, buen pendejo –le voceó uno que estaba trizando astillas de cuaba con un largo cuchillo.

—Y… ¿qué quiere el general?

—Hace dos días que peleamos contra las tropas de Zúñiga y tú ni te apareciste por los alrededores.

—Yo andaba en otra pelea.

—Cuando el general te agarre se te acabarán las marrullas.

No bien habían salido estas últimas palabras de los labios finos y resecos de un recluta, cuando hizo su aparición la cuadrilla del general. La encabeza Valentín Lezcano, que tirándose del caballo se apresuró a saludar a Honorio.

—Maté a mi mujer anoche, te agradezco tu informe.

Lezcano no supo qué responder. Hubiera querido decirle que aquello había sido una broma de esas que se juegan el día de los Santos Inocentes. Lezcano tragó en seco, y cuando se disponía a explicarle a Honorio las cosas tales y como eran, oyó una voz que dijo:

—¡Arresten a Honorio López!

Dos capitanes de puesto le tomaron por ambos brazos, y sin forcejeos lo llevaron donde el general. Lezcano se quedó con los labios entreabiertos. La orden de prisión evitaba por el momento las explicaciones, pero en lo profundo de su pecho sentía una angustia amarga, inevitable.

Cuando Honorio caminaba escoltado hacia la tierra del general, pensaba que alguien lo había visto cometer el crimen y que la denuncia había llegado hasta los oídos del jefe de la tropa.

—General, éste es el desertor –dijo el más joven de los oficiales.

—¿Usted se llama Honorio López?

—Sí, señor.

—¿Sabe lo que significa deserción?

—No deserté, señor; salí a resolver un problema personal.

—La guerra de independencia no acepta problemas personales; los problemas de la patria son el problema de todos. Ha violado usted las leyes de la revolución y queda condenado a la pena de muerte. ¡Fusílenlo inmediatamente! Capitán, escoja ocho hombres y ejecútelo.

—Bien, mi general –respondió el oficial joven.

El general dio media vuelta y quedó de espaldas al reo. Honorio López no dijo una sola palabra.

Valentín Lezcano vio como la ataban y le vendaban los ojos a Honorio. Cuando la fusilería estuvo perfectamente alineada, el oficial joven dio la orden:

—¡Listos, apunten, fuego!

Por lo menos seis de los ocho disparos del pelotón de fusilamiento hicieron blanco en la cabeza de Honorio López.

—¡Sargento Lezcano –se oyó la voz del capitán-, déle usted el tiro de gracia!

El sargento Lezcano levantó sorprendido el rostro. ¿Por qué yo?, hubiera querido preguntarle al capitán. Desenfundó su revólver y se acercó al cadáver del amigo. Ya los fusileros regresaban hacia sus puestos de campaña cuando se oyó el disparo producido por el arma del sargento Valentín Lezcano. Todos volvieron el rostro al escuchar el ruido sordo que produjo al caer el cuerpo del sargento.

No salían de su asombro:

—¡Lezcano se ha pegado un tiro!

—¡Estaría loco el pobre Lezcano!

—Eran muy amigos, muy amigos, Honorio y Lezcano.

—¡Pero si ya estaba muerto, un tiro más o un tiro menos ni importaba!

Un viejo clarín ronco y cansado tocó a combate. De inmediato los soldados corrieron a sus puestos y la caballería enfiló hacia campo raso, dispuesta a arrollar con sus cascos las huestes españolas.

El sol de la frontera y los perros de la sabana tardaron sólo cuatro días en hacer desaparecer los cuerpos de Honorio López y Valentín Lezcano, “muertos en combate”, según el impecable y verídico diario del general.

miércoles, 2 de junio de 2021

"El lobo, el lobo"

  


La literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo del valle neanderthal gritando el lobo, el lobo, con un enorme lobo gris pisándole los talones; la literatura nació el día en que un chico llegó gritando el lobo, el lobo, sin que lo persiguiera ningún lobo. El que el pobre pastorcillo acabara siendo devorado por el animal de verdad por haber mentido tantas veces es un mero accidente. Entre el lobo de la espesura y el lobo de la historia increíble hay un centelleante término medio. Ese término medio, ese prisma, es el arte de la literatura.

Vladimir Nabokov,

Lecciones de literatura, 1984


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