Escuchando los poemas de Juan Matos en su más reciente producción, "Azúcar, cayo y puerto: la epopeya del Batey Central Barahona", que publicó en forma de libro y de disco, he quedado impresionado por la calidad de los mismos. Y yo, que en los últimos tiempos me he dedicado a tratar de convertirme en una especie de catador de textos literarios, he tenido que abandonar mi condición serena y objetiva de estudioso para entregarme a la pasión de disfrutar el audio de sus versos. Claro, la voz de Juan, su estilo apasionado de declamar o recitar cada poema le agrega un valor adicional al que de por sí tiene cada uno.
Esa pronunciación bien atiplada, fuerte, débil, aguda, grave, indignada, irónica, en la mayoría de los casos, no es óbice para ver lo grandioso de los tropos de cada verso. “Cociendo sus vidas en un fogón de penas” es un símbolo de ese viaje emocional por el inolvidable Batey Central de la “desperlada Perla del Sur”, que es el nombre con el que se exalta a Barahona, ciudad natal del poeta, ingenio natal del poeta, batey natal del poeta. Natal y mortal para muchos que perecieron casi aniquilados por el trapiche o bajo la música de la locomotora que simboliza el poder de transportación de toneladas de caña cortada con las heridas de las cortantes hojas de la caña que mezcla sangre, sudor, y en muchas ocasiones lágrimas.
Yo, que solo he estado en los bateyes una vez, hace muchos años, en que formé parte de los empadronadores de la Oficina Nacional de Estadísticas, para censar, he quedado envidioso de no haber nacido y ser criado en un barracón de aquellos, para que mi poesía estuviese como la de Juan mojada de ese dolor, sucia de ese divino lodo, cortada por las inocentes e hirientes roces de las inocentes hojas verdes de la caña. Y alumbrada por lo que quiza sea lo único poético y hermoso de un batey: esa flor de caña que solo en diciembre florece, rubia y rutilante, y batida por el viento simulando un suave mar verde-rubio de olas que se desolan y vuelven a olarse como si el cañaveral fuera una fiesta, como si el batey fuese una pista de baile, como si el campo de caña fuese un un movedizo bosque de alegría, cuando en la parte baja de ese océano de viento y flores se anida el dolor, el hambre, engaño de los vales con que se les pagaba y despagaba a esos esclavos del dulce grano que sale de moler caña y hombres.
Los poetas aprenden de otros poetas como los profetas de otros profetas. Cada uno es hijo de lo que oye, mira, huele, gusta, siente, aprende, prende, aprehende y comprende. Por eso, Juan Matos es resultado no solo de su sensibilidad, de su estro personal, sino que su talento se educa en la lectura de otros. De este modo, en la poesía de Juan vibra el recuerdo de otros bardos sociales, y especialmente los que han tocado el tema del negro como raza, como esclavo de la corte, como siervo de la gleba, como trabajador de la fábrica, según la época y lugar.
De aquí que cada poeta tenga su negro particular, su original enfoque de la vida del negro: en cada uno hay su negro propio. Ahí está el negro que quiere retornar a su lar de origen, como es el de Aimé Cesaire en Cuaderno para un Retorno al País Natal, al igual que el Viejo Negro del Puerto, de Francisco Domínguez Charro, “que amargamente sueña con su retorno al África”.
O el negro laborioso y fiestoso y ritual de Manuel del Cabral, y de repente “cantan los cocolos cánticos caliente, ya la piel toro muje en el tambor, y a la negra negra la emborracha el rito mucho más que el ron”.
Y tenemos al negro que aporta Pedro Mir, que es del ingenio como son del ingenio la caña y el trapiche y el tren y los bueyes, que produce y produce, y su sufrimiento es más social que personal.. y de repente, "Dominí, tú no estás solo, no estás solo Dominí, del ecuador hasta el polo, el mundo lucha por ti".
Diferente del negro de Ramón Marrero Aristy y con el Over engañador de su novela. Los vales con que el negro trabajadorísimo está obligado a comprar en determinadas pulperías que están en compinche con el capataz que lo engaña junto a los dueños del ingenio azucarero, y que le pesa mal la caña porque el peso está tan bien arreglado para la trampa como lo saben hacer bien los capitalistas "de uña en el rabo", como hubiese dicho Juan Bosch, en sus distintas vertientes.
Al que agregamos el negro de donde viene y al que le escribe y describe Norberto James Rawling: humilde, tranquilo, y en cierto modo sometido ingenuamente a las reglas del juego se ser pelotero, cochero y otros oficios de integración social y económica, tenga que reconocer que "yo no tuve libros ni bicicleta y tuve que aprender los colores en difusos dibujos de lápices ajenos, porque solo fue mía la temprana edad de lo triste, las tibias noches del puerto, la sal marina y un gusto por la música que la hace posible".
¿Cómo es el negro de Juan Matos? El de Juan es sufrido hasta la rabia, hasta llamarle mierda al batey y al ingenio, en una turbamulta de palabras que amenazan con dejar de ser verbos, sustantivos, artículos, preposiciones y conjunciones para convertirse en machetes, martillos, hachas, picos, azada para lanzar con ellas coces, ya no contra la caña que se corta los corta, sino contra el ingenio, sus ingenieros, industriales, quienes han armado y controlan el sistema de opresión en que se basa la producción y comercio de la caña convertida en azúcar refinada o blanca con su calñ; la parda, crema, mulata o “negra lavaíta”; el guarapo, que es un “negro ordinario o no lavaíto” y culminar en la negra más negra de todas las azúcares, que es la melaza. Porque, como puede ahí verse, también la caña tiene sus etnias bien marcadas como la sociedad aquella del club aquel del que habla el poeta Juan Matos, al que no te dejan pasar si no eres hijo del Teniente policial o del Jefe de Planta, o cualquier otro que tenga cargo y carga de dinero. Porque el hijo de la que barre el club, o del que hace mandados, no puede entrar. Debe dejar el mandado en la puerta y devolverse.
Es el negro envuelto en el enjambre de un mundo falso donde el Club Deportivo y Cultural es falso porque, como muestra el poema de Juan Matos, más que deportivo es bebetivo, y más que cultural es borrachal, porque en vez de libros y cuadernos o instrumentos artísticos, está lleno de mesas de dominó, potes de ron y cerveza para el jumo.
Es decir, el negro de Juan Matos es el que ha llegado a ser el Fernando bateyero, el que ha sido llevado hasta el extremo del dolor, hasta el máximo de la represión organizada de la industria, que debe producir y producir a como dé lugar y a costa de los sacrificios de quien sea, menos de los jefes.
Es indudable la calidad y calidez de esta poesía, no basada en buscar la belleza convencional del poema preciosista, edulcorado de metáforas, bañado en las aguas limpias de una lengua de puro castellano, sino en el español del batey, arrastrado en el tartamudeo, sucio de la lucha y limpio de propósitos humanos sublimes propios del que sabe levantarse desde dentro del lodo y avanzar hacia nuevos horizontes aunque sea utópico alcanzarlos. Una poesía, que no es "gota a gota pensada, no es un fruto perfecto, no es un bello producto... es lo más necesario, lo que no tiene nombre: son gritos en el cielo, y en la tierra son actos", como diría Gabriel Celaya.
A sabiendas -como dijo el viejo Leo Burnett- de que queriendo tocar las estrellas probablemente no podrá tocarlas, pero no terminará con las manos sucias de lodo aunque para ganarse la vida tenga que andar por el bache azabache del dolor.
AUTOR: JUAN FREDDY ARMANDO
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